Había una vez, en un bosque muy verde, un lobito que tenía hambre. Buscando y rebuscando entre las malas hierbas, vio una cabra que tenía dos cabritillos. Iba a zamparse a los dos cuando la madre cabra le dijo: - ¡No me dejes sin hijos!, harán una carrera. El que quede último, te lo daré. Tú, quédate en la meta.- Salieron los dos disparados y, al llegar a la meta, los dos a la vez, en lugar de pararse, le dieron tal golpe que lo dejaron aturdido y dando vueltas… De las vueltas que dió, llegó a donde había una yegua descansando con su potrillo. El lobito quería devorar a su hijito, tal como había querido con los cabritillos. La yegua le dijo: -Si me lo matas, ¡¿Quién me sacará el pincho que tengo en la pata?! Si me lo sacas, te daré mi potrillo.- Al confiarse y cogerle la pata, ¡Pam! La yegua le dio tal coz que lo dejó medio muerto. Con las últimas energías, el lobito se acercó al río, con la intención de limpiarse la sangre que le salía de la cabeza. Al levantar la vista, vió una ce