A veces, se confunde felicidad con la alegría. No obstante, la felicidad no es un estado de ánimo. No es un “hoy me siento bien, hoy me siento mal”; “hoy me siento feliz, hoy me siento infeliz”. Si hoy no eres feliz, mañana no serás feliz tampoco (excepto que hagas cosas diferentes).
La felicidad, tampoco, consiste en tener mil y una experiencias placenteras que nos producen alegría. La felicidad es un proceso más complejo y tiene más que ver con la existencia de expectativas (de motivaciones, objetivos de vida) más que el bienestar presente. Son las expectativas, las que nos motivan y energizan a caminar en una dirección, sin ellas, solo podemos experimentar infelicidad.
Para entender la felicidad, podemos utilizar la explicación de Martin Seligman, para él la felicidad se construye no por placeres externos momentáneos, sino cuando se obtienen pequeños placeres de la vida, por el flow (estar inmerso en actividades), por las relaciones sociales, por el significado que le damos a las actividades que realizamos en nuestro día a día, por el haber alcanzado las metas que nos hemos propuesto.
Es superficial pensar que la felicidad se logra con frases bonitas sobre ideas felices (somos más que pensamientos, somos acción, conductas). Uno es feliz cuando tiene conocimiento sobre aquellos elementos que la determinan (pensamientos) sí pero, también, al trabajar en esos objetivos (conductas).
En relación a las conductas, es necesario lograr un equilibrio entre lo que nos satisface a corto plazo (debemos tener pequeños momentos de felicidad diarios) pero, también, a largo plazo: es necesario renunciar a ciertas acciones para trabajar y cubrir necesidades vitales futuras.
Este equilibrio puede variar en las personas dependiendo de la la personalidad y las conductas "felices" realizadas.
En cuanto a la personalidad, debemos ser conscientes que no nos hacen feliz las mismas cosas. Algunos aspectos tienen más peso para unas personas que otras. Por ejemplo, si a la persona con alta necesidad de autonomía, se le quita su autonomía, el resultado será la infelicidad. Si a la persona extravertida se le quita el contacto con otras personas y los estímulos novedosos, no experimentará felicidad. Es necesario saber cómo es uno y qué necesidades son importantes para uno para poder ser feliz.
En cuanto a la realización de conductas felices, es necesario tener en cuenta que la felicidad es un aprendizaje que se desarrolla durante toda nuestra vida, una forma de percibir, actuar y relacionarnos con el mundo. Cuando nos levantamos por la mañana, cientos de pensamientos compiten por nuestra atención. Seleccionar, cuidadosamente, aquellos que nos permiten actuar (positivamente) es la clave para ser felices.
Debemos realizar conductas que nos hagan sentirnos queridos (rodearnos de aquellas personas que consideramos significativas y quieren nuestro bien); que nos hagan acercar a nuestros propósitos, metas, logros (estudios, hobbies, trabajo); que nos den pequeños placeres en nuestra vida diaria ( comer algo rico, darse un baño, ver una película, escuchar música).
En resumen: la felicidad requiere del conocimiento de uno mismo, el saber detectar las propias necesidades y metas que nos hacen felices; y al mismo tiempo, ponernos en acción para lograr dichas metas y satisfacer nuestras necesidades. Hemos de dejar al margen las emociones negativas derivadas de los fallos y errores que, a veces, cometemos, así como las altas expectativas que, muchas veces, nos ponemos.
Elisabet Aguiló
Psicóloga
Coach especialista en nutrición y salud
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